La polilla lloraba sola a
una distancia prudencial, pero a un volumen insalubre. No quería
necesariamente solucionar sus prerrogativas, solamente necesitaba una
audiencia. No me acerqué, puesto que estaba atrapado en el rincón
de mi conciencia, solo me limité a escuchar. Pero la polilla no
quería parte de mi atención. Ella era especialista en el todo
desbordante de la lástima imposible, tan incomprensible como
intoxicadora. Jugaba mucho con el color de sus alas, a ella le
gustaba decir que era una mariposa. Gritó “¡Soy una mariposa, y
los colores de mis alas no hacen juego con los árboles! ¡Mirenlo!
¡Él no quiere seguir mis reglas! Nunca nadie quiere cambiar de
color conmigo”. Traté de responderle, pero cuando mi boca se
abrió, la polilla eclipsó mi oxigeno. “Soy todos los colores, y
los planetas y mis lágrimas. Pinto con las lágrimas para atraer a
los escarabajos. Pero no me los quiero comer, porque eso hacen las
arañas. Yo soy una mariposa”. A esta altura supe la imposibilidad
de dar una respuesta, y me costó unos días más entender que ni
siquiera me hablaba. “Ahora quiero volar, y después quiero que el
árbol esté donde yo imagino. El árbol siempre se mueve, pero yo
voy a enseñarla a ser el árbol de mis sueños. Anoche olvidé mi
sueño, pero estoy seguro que es el mismo que los anteriores: el
árbol vuelve y es más alto, y me puedo trepar por él”. Yo ya
había tratado de levantar la mano, anoté mi nombre en el polvo del
suelo y escribí con sangre “pido la palabra” sobre un pedazo de
tela, pero al final opté por gritar. “¿Para que trepar si podés
volar? ¿Para qué el árbol si tenés el bosque?” La polilla me
miró sobre su hombre, levantó la mano derecha y comenzó a dibujar
en el aire. Durante toda la explicación, parecía saber la exacta
ubicación de sus dibujos mentales, por lo que sospeché que esto
podía estar peligrosamente ensayado. Dijo suavemente: yo conozco a
este árbol, puesto que ya viajé por sus ramas. Yo fui de aquí
hasta aquí, pero el árbol se dobló. Estuve esperando que el árbol
vuelva, pero parece que está creciendo en otro lado. Ahora nada más
necesito otro árbol para poder volver a volar”. Este último árbol
lo dibujó con una lágrima suya. “¿Te gusta el color azul?”, me
preguntó.
- A veces me queda bien
- ¿Cuantas veces?
- ¿Cuantas veces?
- Las veces que lo uso
- Yo cuando salgo a volar, una vez por semana, me gusta tratar de entrar a las casas. Pero nunca entro, porque revoto contra algo que se llama ventana.
- Yo cuando salgo a volar, una vez por semana, me gusta tratar de entrar a las casas. Pero nunca entro, porque revoto contra algo que se llama ventana.
- Si, las ventanas a
veces...
- Pero sé que en algún
momento va a aparecer otro árbol y yo voy a poder trepar
- Pero tenés las alas...
- Yo sé que voy a poder volver a trepar
Me dí cuenta que el diálogo no era conmigo, y que si seguía hablando, cualquier transeunte podría pensar que estoy loco. Y tendría razón. Dejé a la polilla ni bien pude liberarme de mi rincón, mientras ella seguía pintando dibujos que ella sola podía ver.
- Pero tenés las alas...
- Yo sé que voy a poder volver a trepar
Me dí cuenta que el diálogo no era conmigo, y que si seguía hablando, cualquier transeunte podría pensar que estoy loco. Y tendría razón. Dejé a la polilla ni bien pude liberarme de mi rincón, mientras ella seguía pintando dibujos que ella sola podía ver.