martes, marzo 05, 2013

las maníaas del momento


Ella sola, como un conjunto dividido de vivencias que no parecían querer unirse, ni confluir. De alguna forma, podía parecer que solo brillaba en cada momento, con la misma intensidad de brillar para si misma. No era tanto que era lo que hacía, sino cuantos muertos dejaba. Tenía, y esto es una teoría mía, el gusto por la gangrena que produce lo que ella dice que es amor. Brillar como el sol hasta quemarte el espíritu, siempre con una sonrisa en la cara y un planteo en los labios. Nadie es digno o todos son posibles, y en ese rango entran el esclavo, el rey y el dios, y todos mueren inebitablemente al final de cada historia. Ella no los mata, no se ensucia las manos, ni el cuerpo ni el alma, si la tuviera. Ella sonríe y es ella, y nadie lo sabe. “Ahora vamos a bailar, y entregarnos, y hablar el lenguaje común de lo que todos anhelan. Soy la mujer perfecta, en el ápice del molde. Nada va a producirte molestia”. Pero si se toma distancia del evento, y el evento ocurre con frágil continuidad, se puede ver como ata la soga al cuello y levanta el cuerpo sin ahorcar sobre una silla. Y puede parecer un juego sexual, pero en realidad va apuñalarte por la espalda con su trauma. Confieso, al principio me pareció gracioso. Pero en la repetición está el aburrimiento. Y sobre todo, en la auto indulgencia del brillo. Atento a la observaciones sobre mis similitudes, me sentí compelido a comentarle mis conculusiones.
  • ¿sabías que estás transpirando mierda?
  • Pero vos también
  • si, yo de mí ya lo sé, por eso te pregunto a vos
  • no sé que onda, pero me parece que está lleno de pelotudos
  • ¿y vos qué estás buscando?
  • No sé, no creo que sea tan difícil
  • el problema de dar todo es que después te lo tengan que devolver, y que después el todo que vuelve no es el todo que querés, pero es todo lo que el otro tiene
  • es que yo soy así
  • si, y eso es lo que los mata

Y cuando terminó este diálogo, ya estaba servida la mesa para el acto que sigue. Una vez dijo “voy a mirar lo profundo de mi pozo”. Soltó una piedra que nunca hizo ruido al caer. Sin siquiera mirarlo una vez, se atrevió a afirmar que el pozo era profundo y oscuro, y se sorprendió de estos simples detalles. Nunca recavó en el hecho de que ella era el pozo, profundo y oscuro, que no llegaba a ningún lado.