lunes, marzo 12, 2007

La mujer perfecta

Después de una de las más increibles seciones de sexo que Clarisa jamás olvidaría, se encontraba boca abajo, tendida desnuda y transpirada, jadeante y con los ojos cerrados. Su cuerpo moreno tenía un leve tinte dorado por la luz amarilla que rebotaba sobre las gotas de sudor que surcaban la espalda, con la columna y las costillas a la vista. Mientras, Clarisa exalaba el último respiro del orgasmo interminable. Adán ya estaba afuera, con el miembro todvía erguido, mojado, respiraba pausado, en trance, con los ojos cerrados. Su cuerpo blanco tenía un aura de placer a un gusto particularmente añejo, su boca meditaba un sabor probado tiempo atrás. Su cuello. Fuerte, terso, pero de piel suave, su piel perfumada con fragancia floral, su piel sabor salado, su piel humeda. La mujer perfecta. Adán posó la llema de sus dedos sobre la parte baja de la espalda de Clarisa, y comenzó a sentir la piel, subió lentamente hacia la columna, sintió los huesos que sobresalían de manera regular, separó los dedos abriendose a las costillas, apoyó levemente las palmas y subió a los homóplatos, volvío a acariciar el cuello, la nuca, la espalda. - Tenés alas de plumas doradas y negras, tenés algo de las hadas. Clarisa permaneció en silencio, respirando fuerte, solo sonrió. Su cabeza reposaba sobre el lado derecho de su cara, de mandíbula marcada, y pómulos que sobresalían, el pelo bien sujeto hacia atrás, enmarcando la cara con un color marrón caoba. La mujer perfecta. - Pocas mujeres tienen parentezco con las hadas. Solo conocí dos, vos sos una. Ningúna de las dos estaba despierta cuando las encontré. - ¿Y cómo es que somos parientes de las hadas? - quiso saber en tono de niña la dulce Clarisa. - Hace mucho tiempo, generaciones atrás, algún antepasado tuyo tubo sexo con un hada. Ese hecho trae como consecuencia la perdida de la mortalidad del hada, y el nacimiento de uns ser extrtaordinario, mitad hada, mitad hombre. Si nace hombre, adquiere el cuerpo faerico. Si es mujer, nace con cuerpo de mujer. En cualquier caso, dependiendo el sexo de la primer cria, todos los descendientes que nazcan con el mismo sexo, heredan las características. - O sea, solo los hombres o solo las mujeres - Clarisa quiso abrir los ojos, pero Adán se los cerró. No rompas la magia, dijo. - El caso es que, puedo hacer que sientas tu cuerpo faérico. Clarisa sonrió. Adán tomó su cabeza y la enderezó, alineandola perféctamente con el resto de la columna. Metió los brazos debajo del cuerpo. Frotó levemente sus manos, y comenzó a trazar dibujos en el aire con sus dedos, moviendo las manos en círculo. Masculló unas palabras, un leve viento recorrió la habitación. Clarisa sintió algo de frí, su piel se puso porosa. Los dedos frios de Adán se posaron sobre los homóplatos tibios de la mujer perfecta. Clarisa sintió que un aire caliente le quemaba la espalda, pero no ardía. Su cuerpo se llenó de calor, se sintió de color dorado, sintió su piel de porcelana, brillante. Sintió sus alas de plumas coradas, que se mesclaban en el medio con un color negro cuervo. Extendió su alas, su espalda sintió aquello que ella solía sentir de niña, por las noches, cuando su mente conciente se encontraba con las puertas del inconciente, en el mismo momento que estas se abren de par en par. Adán recorrió las alas extendidas de la mujer con sus manos, y volvió a sentir el perfume floral, mezclado con el aroma a piedras cristalinas de las hadas. Lo volvió a saborear en su boca, el gusto de lo que se añeja correctamente. Clarisa estaba exitada, quería levantarse y volar, salir y sentir el aire que se rompe contra su nariz, sentirse como en sus sueños pero en la realidad. Pero sentía el cuerpo frío de Adán sobre su cadera. - ¿Y vos que sos? - preguntó Clarisa sin abrir sus ojos. - Mis alas son negras, de piel, tienen unas inscripciones antiguas en rojo. Clarisa sintió las alas de Adán. Eran frías, membranosas, surcadas por venas. El cuarto se invadió de una aroma de bosques de árboles petrficados. Del cuerpo de Adán comenzó a salir un humo violaceo, sus uñas se tiñieron negras, su colmillos salieron de su boca. Adán estaba una vez más, transormado en la bestia de piel gricasea y pelo canoso, su cuerpo arcáno, una vez más, sobre el cuerpo de un hada, desprotejida, boca abajo, inocente. Clarisa comenzó a llorar, sentía el cuerpo de Adán hirviendo sobre el suyo. Adán soboreó el aire, cada vez más espeso por los vapores que producía su cuerpo, por las alas de Clarisa que se quemaban lentamente, desprediendo un fino olor a incienso. Clarisa lloraba sin parar. Adán entonces se acercó al oido de Clarisa, sus alas habian desparecido. - Soy una bestia, con un nombre arcáico y complejo, con un cierto gusto por el sabor de la vida ajena que se escurre del cuello de la gente. Estoy muerto hace mucho tiempo, y me mantengo vivo con la escencia de los vivos. Pero tu, hija mía, tu eres un manjar, una delicia, que se prueba con suerte cada mil años. Hoy, hija mía, es el día que termina la espera. Adán clavó profundamente sus colmillos en el cuello de Clarisa. La sangre, tibia, carmesí, tiñó las sábanas lentamente, mientras Adán, con sus alas desplegadas, bebió el almibar de Clarisa, que temblaba mientras la vida se agotaba en la boca de Adán.

1 comentario:

conedulcorante dijo...

qué terrible.

pero qué bello.