viernes, junio 15, 2007

La ignorancia es una bendición

Era evidente, a priori, que estaba perdida. Caminaba sola, cantando, riendo, con los ojos bien abiertos. Tenía, por esas extrañas razones del ser humano, la indiscutible capacidad de ignorar todo aquello que no podía ser como debía ser. Creía firmemente en algo superior, positivo y alegre. Ignoraba todo lo demás. Todo lo demás vendría a ser el mundo enteo. Producto de las casualidades, ella andaba una vez más por el mundo, decidida a seguir adelante, pero sin demasiado sentido de la dirección. Soñaba con ser la mariposa, una vez abandonara su actual crisálida de mundanidad. Y por más que con fuerza supina, el mundo le demostrara que los humanos no se transforman en mariposas, ella ignoraba los claros indicios y seguía caminando, y solo ella tenía idea de hacia donde. Creyó ver, en los ojos de un árbol, los ojos de un árbol. Por ojos ella entendía un gran agujero en el tronco. Metió su cabeza y miró hacia abajo. Alucinó como Alicia, o el viejo Carroll, y descendió hasta lo más profundo de su propia conciencia. Vio como el árbol se podría por dentro, y ella tapó sus cicatrices con purpurina. Vio como los parásitos comían del árbol, y ella tapó sus ojos con rimel. Vio como del árbol caía corteza, y se puso colores plateados para llamar la atención. Sacó su cabeza del árbol, sonrío y se fue, una vez más, hacia donde nadie le demostrara que los humanos no se transforman en otras cosas.

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